Islam reloaded

 Si es cierto aquel pensamiento de Bertrand Russell referido a las sociedades islámicas, que, según el filósofo británico, habrían protagonizado el más espectacular declive económico y cultural de la historia de las civilizaciones, entonces podríamos encontrarnos en la actualidad en un momento crucial de cambio, de impulso hacia unos modelos de organización política y social completamente distintos a los acostumbrados en esta parte del mundo. Se suceden las revueltas en el norte de África y el próximo Oriente. Todas ellas, si atendemos a los informativos, parecen seguir el mismo patrón: la búsqueda de una solución a la falta de libertades, la corrupción y las desigualdades. Sin embargo, nada de lo contenido en este presupuesto es verdad. Cómo han llegado a explotar al unísono todos los movimientos opositores de países tan distintos y alejados como Túnez o Jordania es un misterio que aún no estamos en condiciones de elucidar.

 Lo que sí sabemos es que las motivaciones de los rebeldes varían de país a país. Sabemos que el descontento de los pueblos no es más que una excusa, un detonante, un decorado que servirá como telón de fondo a los procesos de reconfiguración de las élites dominantes en estos territorios. En Túnez, la segunda esposa del hoy depuesto dictador Ben Alí, había conseguido apoderarse, en connivencia con el capital extranjero, de la casi totalidad de las empresas privatizadas que antaño conformaron un potente sector público. En Túnez, también en Libia y otros países, se había implantado un sistema de saqueo muy similar al que conocieran las repúblicas de Sudamérica. El Fondo Monetario Internacional imponía las recetas, el capital extranjero extraía la mayor parte de los beneficios, el gobernante de confianza se encargaba de silenciar a la oposición y de mantener engrasado el aparato represivo, y su familia y amigos recibían una parte del expolio, en concepto de servicios prestados. Hoy nos hemos enterado de la fortuna acumulada por el sátrapa tunecino, hecho poco interesante antes de su caída, mientras Túnez era un país relativamente próspero cuyos perros comían carne pero carecían del derecho a ladrar.

 Europa sabía de los asesinatos, de la corrupción, mucho antes de que cierto vendedor ambulante se inmolara e iniciara la colección de revueltas. Pero Ben Ali era un hombre útil, capaz de acabar con los partidos islamistas, como hicieron sus colegas argelinos. Era, por encima de todo, un socio eficaz, que daba pan a sus súbditos mientras se hacían los negocios con Francia. Nadie quería saber nada del desempleo juvenil, de la falta de esperanza ni de la imposibilidad de decir ni pio, si uno no quería terminar en el fondo del mar. Ahora, hasta el gobierno suizo colabora en el desmantelamiento de ese capitalismo mafioso. Los líderes europeos, con su cinismo profesional, destinan unas migajas para reconducir la transición política y condenan los desmanes de su viejo colega.

 En Libia, el problema no ha sido la falta de libertad, que sin duda existe, ni los problema económicos, originados también por la oleada de privatizaciones. Aquí se ha producido una tentativa de derrocamiento por parte de un ejército que poco o nada cuenta en la estructura de poder real del país. Gadafi gobierna a través de batallones de paramilitares pagados con el dinero del petróleo y comandados por su familia. Libia, un país artificial donde lo que de verdad importa es la lealtad entre clanes, se enfrenta a una guerra civil, a una lucha por el control donde los intereses de la población sencillamente son despreciados. La presencia siempre intimidatoria de la VI Flota de Estados Unidos, supone un claro testimonio de que Occidente vigila de cerca la contienda y de que está dispuesto a intervenir en el momento decisivo para inclinar la balanza.

 En Egipto, la situación es en parte similar a lo ocurrido en Túnez. Egipto, no obstante, tiene problemas estratégicos y económicos mucho mayores. Mubarak ha sido un leal peón del juego de alianzas establecido por la diplomacia americana en el Oriente Próximo. Ha endeudado al país primando las inversiones foráneas y adquiriendo armamento estadounidense por encima de sus posibilidades. Ha pactado con Israel y se ha erigido en uno de los tres policias de la zona, junto con Turquia, encargados de vigilar el tráfico de petróleo, gas y mercancías. Mubarak ha gobernado durante 30 años, siendo incapaz de frenar la explosión demográfica, que sigue lastrando el desarrollo económico del país. Seguramente será sustituido por otro peón afín, con la aprobación de importantes embajadores. Quizá el pueblo obtenga algo a cambio de las muertes acaecidas durante los dias de protesta frente al palacio presidencial. Lo que es seguro es que la estructura estatal seguirá intacta, conservada por el hoy aclamado ejército.

 Jordania, Yemen, Argelia, Bahrein, Líbano y Marruecos esperan su turno. Jóvenes hartos de enfrentar el único horizonte de la emigración a Europa, algunos imbuidos de una fe fanática, hartos de soportar las corruptelas sostenidas por un Primer Mundo que se desentiende mientras sean respetados los acuerdos de libre comercio (claramente perjudiciales para los productores locales) y militares. Desgraciadamente, es muy improbable que esta rebeldía sea capaz de dar un vuelco radical al mundo árabe. No sin el apoyo extranjero y por supuesto, no sin la permisividad de los generales. Europa tiene mucho que decir en estas horas de incertidumbre. Debe decidir si quiere un norte de África estabilizado y con posibilidades de crecimiento en un marco de intercambios mediterráneo. O bien mantener el statu quo, las satrapías, corruptelas y opresiones solo que con nuevos protagonistas. Cosa igualmente rentable y probablemente más fácil y barata de obtener.

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